martes, 18 de marzo de 2008

LA FIN DEL MUNDO

Las lunaciones de aquel año de 1524 habían hecho coincidir la celebración del Viernes Santo con el 25 de Marzo. Pero la conmemoración de aquel día venia cargada de espantosos augurios: los astrólogos, los sabios de la Corte, los quirománticos y hasta los cabalistas judíos no tenían ninguna duda en afirmar categóricamente que la inusual conjunción de Saturno, Júpiter y Marte, en la casa de Piscis nos traería un nuevo diluvio universal el cual causaría enormes catástrofes, augurando "LA FIN DEL MUNDO" para aquel mismo Viernes Santo.


Carlos I, que había nacido en un bacín con su siglo, recibió el infausto vaticinio estando en Burgos, siendo ya por entonces el poseedor del más vasto imperio que jamas conociera la humanidad. La osadía de su juventud le había hecho desoír, en un primer momento, aquellos malhadados oráculos, tachándolos arrogantemente de simples patrañas.

Mientras tanto los potentados y nobles, al conocer la inquietante noticia, se apresuraron a refugiarse en sus más altos baluartes acompañados de sus familias y menestrales con gran acopio de viandas. Por otra parte, los más ricos comerciantes habían fletado grandes y poderosas naos, algunos incluso mar adentro, donde salvaguardarse ellos y sus mercaderías, en tanto que las nobles gentes de Castilla; unos se habían acogido en la resignación cristiana al refugio de los templos, mientras que otros, más pragmáticos, habían gastado en diversiones sus pocos dineros, con la intención de arrepentirse justo antes del ultimo de los días. De nada sirvieron las prédicas y octavillas impresas que había lanzado el Insigne Maestro de Alcalá D. Pedro Ciruelo, con las que trataba de sosegar los ánimos de la población intentando demostrar la vanidad del anuncio de tan grande calamidad que a todos amedrentaba

A media mañana del día 22, Martes Santo, un escuadrón de la caballería imperial, pertrechados para la marcha, irrumpió en tropel en la Plaza del Mercado Mayor de Burgos, formando a ambos lados de la puerta del Cordón del Palacio de los Condestables de Castilla donde se aposentaba el Emperador. Grande fue la alarma y expectación de los vecinos que como todos los martes celebraban mercado y grande fue la apresurada muchedumbre que siguiendo el resonar de los cascos de los caballos por las empedradas rúas se arremolinó frente a la explanada del palacio. D. Carlos, viendo que se aproximaba el anunciado día de “La Fin del Mundo”, se había dejado llevar de los consejos del de Xebres, su principal valedor, y como medida de precaución había decidido trasladarse al vecino convento de Jerónimos de Fredesval, sito a pocas leguas por el Real Camino de Santander.

Sonaron clarines y nácaras mientras los jinetes de la imperial hueste humillaban sus picas, exornadas con el gallardete de Castilla, ante la presencia de la apuesta figura del joven emperador que cabalgando un soberbio corcel abandonaba el palacio seguido de los principales de su corte, a su derecha se reconocía al Condestable D. Iñigo, por su larga y guedejuda melena blanca, y a la izquierda Laxao, fácilmente identificable por su rubicundo rostro. Cerrando el séquito cabalgaban nobles castellanos revestidos de capas aguaceras, pues el plomizo cielo ya barruntaba las presagiadas grandes lluvias, y también acompañaban caballeros teutones tocados todos con sus inconfundibles gorras de velludo carmesí guarnecidas de plumas, cada uno a su color.

La imponente comitiva se abrió paso entre las genuflexiones de los trajineros que por el Camino del Pescado de Santander se dirigían a la Puerta de San Gil donde debían pagar las tasas por introducir el pescado fresco y las salazones que se consumirían durante la preceptiva abstinencia del Viernes Santo. El amenazador celaje y el desolado ambiente circundante sobrecogían, incluso, a los más veteranos y bizarros jinetes de la escolta de Guardias Españolas que no dejaban de mirar de soslayo las inquietantes nubes.
"A la llegada del César Carlos al monesterio, todos los freires Gerónimos con el Abat en cabeza salieron a besarle las manos..."
y allí quedó el hombre más poderoso del mundo recogido en oración esperando fatalmente el advenimiento del último de los días. Sin duda pudo haber elegido entre sus muchos y ricos palacios situados a mejor recaudo en otros parajes de su imperio, pero quiso resignarse a morir en aquel austero convento gótico donde su atormentada madre Dª Juana había podido velar los restos de D. Felipe, su padre. Así, al anochecer del Jueves Santo el Gran Carlos de Castilla y de Gante, se dispuso a pasar la ultima noche de la humanidad, allí en penumbra, postrado en oración ante un Santo Sepulcro tan solo alumbrado por cuatro velones fúnebres, mientras aquellos Grandes Señores del Imperio con sus armas y galas enlutecidas por crespones negros, daban guardia al rededor del Sagrado Túmulo entre un impresionante silencio tan solo roto tímidamente por las oraciones de Fray Antonio de Guevara con las que intentaba reconfortarles ante los aciagos acontecimientos que se avecinaban.
Con el alba, un cortante viento, más que lluvia, presagiaba nieve y unos tímidos rayos de sol iluminaron la estancia colándose entre las góticas ojivas del claustro, aún así decidieron proseguir en ayuno y oración durante todo el Viernes donde debía sobrevenir tan grande calamidad.
"Ya en la mañana se acercó D. Iñigo a D. Carlos diciéndole, con gran pesar y congoja, que su bisabuelo, D. Juan II de Castilla en unas sus Cortes de Burgos en 1447, había dado la Ley de “El Perdón del Viernes Santo de la Cruz”, por el cual Perdón se indultaba desde entonces, cada año a un reo, diciéndole que si bien quisiera pudiera exculpar al su sobrino D. Pedro Girón, hijo del Conde de Ureña que se había alzado contra el capitaneando la revuelta comunera, estando desde entonces preso, esperando la ejecución y ya que todos habían de morir en aquel día que aún le llegase el indulto de su imperial gracia.
Mesóse la barba el Emperador y también muy quedo contestóle de los muchos pesares que le habían causado a el y a toda Castilla aquellos nobles levantiscos que contra el se habían soliviantado, confundiendo al pueblo tras de ellos para no perder sus preeminencias, desacreditando el buen nombre de las gentes Castilla, haciendo que el mismo mirase desde entonces con ojos mas desdeñosos al Reino de su madre mientras tenia que ver con mas agrado los apoyos que recibía de los tudescos de la línea de su padre, pero que si Dios Nuestro Señor quería perdonar a Nos y nuestros súbditos de nuestras muchas iniquidades, sin hacerles perecer en aquel desaventurado día, el otrosí haría perdonando a D. Pedro."
"Oyó esto Fray Antonio y ansí le hizo llegar una carta al hijo del Conde de Ureña:
“En este monesterio de Fres del Val he predicado la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y la Pascua al nuestro César, en el cual tiempo el Condestable y yo hemos hablado en vuestro negocio; por lo cual debéis estar muy cierto que el Condestable os hace obras de buen tío y yo de buen amigo...”.

Pasóse el Viernes Santo sin los temores esperados y ni una solo gota llovió. El día de la Pascua llegó con un sol confortante y los tañidos de las campanas de todas las Iglesias de Castilla se mezclaron con las albricias de las gentes que corrían a dar gracias a Dios. Aquel mismo día 27, Domingo de la Resurrección firmó D. Carlos una su Real Cédula donde constaba el perdón otorgado al que fuera Capitán General de la Junta de las Comunidades que contra el se había sublevado.

Como colofón a esta crónica, cabe recordar que aquél renovado voto del “Perdón del Viernes de la Santa Cruz” se sigue concediendo; a petición de las cofradías, cada año desde aquel 1.447, aunque tal vez muchos de los indultados lo desconozcan, lo mismo que desconocemos muchas de aquellas antiguas leyes y foros que engrandecieron Castilla llegando hasta otros reinos y aún perduran.
(Véase también “EL PERDÓN DEL VIERNES SANTO DE LA CRUZ”, entrada de Abril 2009)

jueves, 6 de marzo de 2008

BURGOS, 18 DE ABRIL DE 1808; "EL DOS DE MAYO BURGALÉS"


Madrid es Castilla desde, por lo menos, el 933 fecha en que su fortaleza es reconquistada por Fernán González, incorporándose desde entonces a su incipiente Condado Independiente. El 2 de Mayo, estos castellanos conmemoran la fiesta de su Comunidad recordando los sucesos de esta fecha de 1808 en que el pueblo de Madrid se supo levantar contra la invasión francesa, como se puede leer en una lapida conmemorativa ubicada cerca del Palacio de Oriente:


A LOS HÉROES POPULARES QUE
EL 2 DE MAYO DE 1808
INICIARON EN ESTE MISMO LUGAR
LA PROTESTA Y SACRIFICIO CONTRA
LAS TROPAS EXTRANJERAS





Y no será raro escuchar, una vez mas, que fueron los primeros, no obstante y sin querer quitarle ningún mérito a aquel glorioso episodio y en honor a la verdad hay que reconocer que los primeros en levantarse contra los ejércitos de Napoleón fueron los burgaleses, veamos como ocurrió:

Burgos, estaba ocupado por las tropas francesas, en numero de 14.000, numero excesivo, para su escasa población de entonces. Los desmanes ocasionados por la arrogante soldadesca, habían hecho ponerse en su contra a las clases populares con las que convivían. Así, no es difícil haber escuchado en Burgos anécdotas como la de una brava criada del Parador del Consulado, que al verse acosada, resolviera con notable ingenio, enseñar a beber en porrón a su violentador, para que cuando este acercase el pitorro a su boca, darle un empujón, clavándoselo en el gaznate y así poder huir. O también como cuando el general Bessieres, recomendaba a sus oficiales, que solían cenar en el barrio de la Colación (S. Esteban), se abstuviesen de retarse a espada con los burgaleses, pues aunque aquellos bizarros gabachos dominaban el arte de la esgrima, los castellanos no dudaban en emplear, en caso de desventaja, una daga que solían portar atravesada al cinto en la espalda y que utilizada hábilmente con la mano izquierda, les servia bien para parar los golpes o para clavarla en el costado de su agresor.

El 18 de Abril de 1808, 15 días antes de aquellos memorables acontecimientos de Madrid, sucedió que Fernando VII, “El Deseado”, se tenía que entrevistar en Burgos con Napoleón, este no acudió a la cita, tal vez informado de que en esta ciudad se le preparaba una revuelta, el rey continuo viaje en su busca, ante el asombro del pueblo que esperaba con esta entrevista el cese de la ocupación de los franceses que abusando de su hospitalidad, habían llegado a imponerles: Amo, ley, costumbres y subditaje, en aras de un moderno absolutismo, que se les hacía difícil de digerir.

Ante esta expectación llegaron noticias de que un correo español que llevaba noticias a Burgos, había sido interceptado y maltratado por los franceses, lo mismo que a varios labradores de la provincia que ejercían de bagajeros obedeciendo ordenes de Savary, esto encendió los ánimos de las clases populares, sobre todo artesanos, que sin dudarlo se dirigieron a casa del Intendente Corregidor para exigirle que cesaran estos abusos, este, asustado decidió refugiarse en el Palacio Arzobispal, que entonces estaba junto a la Catedral, donde le podía proteger la Guardia Francesa.

Los soliviantados burgaleses nombraron una comisión para entrevistarse con el Intendente, a lo que este se negó, así que decidieron en grupo entrar en el palacio, lo que fue recibido por una descarga de fusiles de los Coraceros Franceses. Y así, allí, sobre las escaleras del palacio del Sarmental quedaron tendidos los cuerpos de estos primeros héroes, de los que todavía, una humilde lapida del escultor Valeriano Martínez, situada en las traseras del Arco de Stª María, mirando al lugar donde ocurrieron los hechos, nos recuerda sus nombres:



AL PUEBLO DE BURGOS,
QUE ANTES QUE NINGUNO DE ESPAÑA
SE ALZÓ CONTRA LOS FRANCESES
INVASORES EN ESTA PLAZA,
DONDE MURIERON POR LA PATRIA:
MANUEL DE LA TORRE,
NICOLÁS GUTIÉRREZ Y
TOMÁS GREDILLA.
EL 18 DE ABRIL DE 1808





Hay que añadir, aunque no lo recoge la inscripción, a JOSÉ APÉSTEGUI que resulto herido, muriendo tres días mas tarde.

El 13 de Noviembre de 1814 se celebraron en Burgos diversos actos para celebrar el retorno de Fernando VII, como inicio de las solemnidades un lacayo de la Real Hacienda pregonó al pueblo congregado ante el Rey un documento que por su extensión extractaremos:

“... / ...Ya queda significado que los leales burgaleses fueron los primeros que en 18 de Abril de 1808, declarándose abiertamente contra las tropas del Tirano apoderadas de Burgos... / ...con su heroísmo declararon la guerra que después la Nación ha terminado con tanta gloria... / ...vuestra sangre según la hermosa expresión de Tertuliano ha sido la semilla que con los sangrientos triunfos de que fuisteis primicias, ha restituido a Fernando VII al Trono... / ... ”.


El autor entre componentes del Batallón de Voluntarios de Burgos, en el mismo lugar donde se produjeron los hechos que se narran.